En la segunda mitad del siglo XX se produjo en los países occidentales la denominada transición demográfica. Se trata de un fenómeno que consiste en el descenso de la tasa de fertilidad desde valores superiores a 3 o 4 hijos por mujer hasta valores situados entre los 1,5 y 2,5 hijos por mujer. Durante los últimos años esa transición se está produciendo también en otros países, de manera que el mundo en su conjunto está experimentando una reducción muy importante en la natalidad.
La baja fertilidad tiene la ventaja de que, siendo menos, los hijos reciben más atención y cuidado por parte de los padres; el esfuerzo que les dedican es mayor, por lo que, en principio, dispondrán de más recursos (materiales, sanitarios, educativos, y otros) que si la fertilidad hubiera sido más alta. Pero por otro lado, cuanto menos hijos tiene una pareja, menor es, en principio, la transmisión a las generaciones futuras del patrimonio genético parental, lo que resulta maladaptativo desde un punto de vista estrictamente evolutivo. Pero podría ocurrir que esta segunda posibilidad no fuese correcta si, a largo plazo, los padres de pocos hijos acaban teniendo, a través de los mecanismos que fuese, más descendencia.
Hace poco se ha realizado un estudio mediante el que se ha pretendido arrojar luz sobre esta disyuntiva. El trabajo se realizó siguiendo la pista a la descendencia (hasta 4 generaciones) de cerca de 14.200 personas nacidas en la ciudad sueca de Uppsala y su comarca entre 1915 y 1929. Las personas pertenecientes a las generaciones subsiguientes fueron clasificadas en función del número de hermanos de la familia a que pertenecían y de su estatus sociolaboral.
Los miembros de la primera cohorte estudiada (G1, que es la que nació entre 1915 y 1929) pertenecientes a familias con menos hermanos y de mayor nivel socioeconómico fueron los que obtuvieron mejores calificaciones escolares, alcanzaron un nivel educativo más alto y tuvieron, a su vez, mayores ingresos. Y ese efecto fue más acusado cuando se daban las dos condiciones a la vez, ser menos hermanos y disfrutar de un nivel económico familiar más alto. Por otro lado, ese conjunto de efectos se mantuvo en las siguientes generaciones (G2 y G3), aunque de forma cada vez más atenuada.
La variable demográfica que más se ve afectada por el nivel socioeconómico es el tiempo de generación, esto es, la edad a la que se tiene el primer hijo. Cuanto mayor es el nivel socioeconómico familiar, los hijos se tienen más tarde; por lo tanto, los intervalos intergeneracionales son más largos y al cabo del tiempo, el número de descendientes es menor. Por esa razón, en 2009, año en que finaliza el periodo de tiempo que abarca el estudio, los miembros de la última cohorte (G4) más jóvenes son los descendientes de los progenitores iniciales (G0) de mayor nivel socio-económico; y por otro lado, esos progenitores son los que tienen menos descendientes en la última cohorte.
Los autores del estudio definieron la variable “grado de adecuación” (el darwiniano fitness), y la calcularon para cada individuo perteneciente a la primera cohorte (G1). Esa variable representa el número esperado de futuras ocasiones en que los descendientes de G1 transmitirán sus genes a la siguiente generación. Observaron que esa estimación del nivel de adecuación está altamente correlacionado con el número de hijos y, sobre todo, con el número de nietos.
Así pues, el descenso de la natalidad que se ha producido y se está produciendo en las sociedades modernas parece ejercer un efecto negativo sobre el fitness a largo plazo, pero ejerce un efecto positivo sobre el éxito socioeconómico de los descendientes. Si dejamos al margen consideraciones de índole biológica y examinamos la cuestión desde un punto de vista estrictamente socioeconómico, la limitación activa de la fecundidad tiene la ventaja de que, al facilitar la transferencia directa de bienes a la siguiente generación e invertir en la adquisición de destrezas a través de su educación, eleva la capacidad de esa siguiente generación para disponer de bienes adicionales y seguir mejorando sus destrezas. Además, esos bienes y destrezas pueden reducir también el impacto de riesgos de carácter extrínseco, como shocks ambientales, y otros. Es, por lo tanto, un proceso que se retroalimenta de forma positiva, pues los retornos que produce constituyen un poderoso incentivo para mantenerlo.
Por lo tanto, nos encontramos ante una curiosa paradoja, ya que los comportamientos que promueven el “éxito” biológico (entendido como la capacidad de extender el patrimonio genético propio a largo plazo) se encuentran en conflicto con los que promueven el éxito económico de la descendencia. Y cabe, por ello, concluir que los comportamientos que están en la base de la transición demográfica son, desde el punto de vista evolutivo, maladaptativos. No obstante, quizás esas consideraciones carezcan de sentido en este contexto. A la hora de valorar este fenómeno no debemos perder de vista que las sociedades post-industriales, en las que se está produciendo la transición demográfica, tienen apenas medio siglo de existencia y se caracterizan por disfrutar de una opulencia extraordinaria en términos estrictamente biológicos. Me parece que no cabe esperar que nuestras decisiones reproductivas tengan valor adaptativo en un contexto ambiental tan radicalmente nuevo en la historia de la especie. Porque, al fin y al cabo, Homo sapiens no evolucionó en un contexto de abundancia de recursos tan alta como la que disfrutamos en la actualidad, por lo que quizás no debieran valorarse nuestras decisiones reproductivas a la luz del paradigma evolutivo.
Fuente: Anna Goodman, Ilona Koupil and David W. Lawson (2012): “Low fertility increases descendant socioeconomic position but reduces long-term fitness in a modern post-industrial society” Proc. R. Soc. B 279: 4342-4351